Son muchos los temas que suelen
polarizar las opiniones y visiones de las chilenas y chilenos: política,
historia, religión, deportes... y la Teletón.
Esta última ha sido tema de debate durante los últimos años por su forma de
funcionar y el cómo presenta la discapacidad a la sociedad de nuestro país.
Esto se acentúa ad portas la campaña
televisiva de cada año. Por razones sociales y sanitarias, la última
edición de esta “cruzada solidaria” se postergó hasta los viernes y sábados
recién pasados, realizándose prácticamente de forma digital por la contingencia de la
pandemia, y recaudando una suma mayor a los 30 mil millones de pesos, a pesar que
no hubo campaña presencial masiva ni las largas filas para ir a donar al Banco
de Chile. Muchos apelaron a que por la situación del país, esta edición no
debió realizarse. Otros establecen que no debería realizarse más. Es en este
punto donde entra el conflicto entre detractores y aquellos que defienden la
causa con dientes y garras. En realidad esto se resume a simplemente visualizar
cómo debemos afrontar, en todo aspecto, la discapacidad como parte de nuestra
sociedad.
Para comenzar, debemos
entregar contexto. La Teletón
como la conocemos actualmente se inicia en 1978, cuando Mario Kreutzberger
(Don Francisco) decide imitar la iniciativa realizada por el actor y comediante
estadounidense Jerry Lewis de hacer un programa televisivo maratónico para
reunir fondos destinados a una fundación que beneficia a las personas
discapacitadas. Es así como se crea la Fundación Teletón (reemplazando a la
Sociedad Pro-Ayuda del Niño Lisiado) y siendo el inicio de una campaña que se
hace anualmente a fines de cada año (salvo cuando son años de elecciones,
siendo así mismo la excepción el año 2017). La fundación se financia a través
de donaciones de bienes o de dinero, enfocadas principalmente en la mencionada campaña
anual. De la meta o monto anual, se ha dicho que el 70% (o incluso más) corresponde
a las donaciones de las personas, de la gente, del pueblo. El porcentaje
restante corresponde a empresas y auspiciadores que anualmente se integran a la
campaña a través de publicidad y contactos para la realización del show
televisivo que se hace en cadena nacional, por 27 horas continuas y con la
participación de reconocidos rostros nacionales e internacionales.
Así como se plantea, pareciera
ser que no hay nada malo en ello. Pero si comenzamos a desglosar lo que hay detrás,
crean que la perspectiva es muy diferente. Hay que dejar en claro que los
cuestionamientos no van dirigidos ni a la causa en sí ni al trabajo realizado
por los profesionales en cada uno de los catorce institutos a lo largo de Chile;
tampoco a la solidaridad de las chilenas y chilenos y mucho menos a los
esfuerzos de los pacientes de los institutos y sus familias. Crean que de verdad no se cuestiona el fondo. Lo que sí es
cuestionable, es la forma.
El cómo se presenta a las personas con discapacidad en esta tarea es compleja de abordar. Por un lado, sabemos que no es correcto mostrar a los discapacitados como sujetos de lástima y que necesitan la caridad de los demás. Por otro lado, parte de la forma de actuar de
la mayoría de las chilenas y chilenos se ve condicionada a los estímulos
concretos, reales y directos. Por ejemplo, un chileno seguirá cruzando la calle
por donde no hay paso peatonal hasta que alguien muera atropellado ahí mismo.
Sólo en ese momento, puede que su conducta cambie. La triste verdad es que a
nivel general, falta mucho que aprender y asimilar de la cultura inclusiva—algo
que va de la mano con la empatía, de lo cual sí que estamos escasos hoy en día.
Pensando así, tener que mostrar las historias y los progresos de los pacientes
de la Teletón para tener que
sensibilizar a las personas puede que funcione, y es lamentable que sea así. Aún así, esta sensibilización no se logra a largo plazo ya que para muchos la “bondad”
hacia los discapacitados dura sólo los días de la Teletón, pero el resto del año, valen nada. Argumentan que muchos esperan
al inicio de la campaña para “esparcir el odio y el resentimiento,” al igual
como la mayoría de ellos esperan la misma instancia para ser solidarios y
acordarse de que existen personas con capacidades limitadas. Un ejemplo
anecdótico es el de una cuña periodística de una persona que fue a donar
al Banco de Chile con su familia, y estacionó su vehículo en lugar para
discapacitados frente al edificio del banco. ¿Inconsecuente, no creen?
Respecto al programa televisivo,
este año quedó más que claro que tan necesario no es. De hecho, el teletón
original estadounidense abandonó el programa televisivo en 2015, y la
institución no quebró, sigue funcionando y sus ingresos por medios de donaciones
no han descendido: sólo se han distribuido a lo largo de los meses. Es
impensable esperar que una donación esté condicionada a recibir un show en
retribución, aunque sabemos que, nuevamente, es una forma de sensibilizar que
se desvía totalmente de la intención original de la campaña. Además, esta
franja televisiva más resulta en una forma efectiva de crear publicidad de
amplio alcance, y restituir la imagen de personas e instituciones que antes los
ojos del público no son de consideración. Estos últimos usan la estrategia
fácil de hacerse los solidarios con tal de tapar hechos complejos que hayan
ocurrido con anterioridad. Ejemplos de eso pueden ser la presencia de ciertas
figuras políticas (incluyendo la participación del "Honorable" en esta edición) o
las declaraciones de Kreutzberger hacia las Fuerzas Armadas durante las transmisiones
oficiales (el vídeo donde sale con los oficiales de verde es realmente confuso).
Y si hablamos de retribución por
donación, no podemos dejar fuera a las “generosas” empresas. Cada año, empresas
realizan cuantiosas donaciones que constituyen un porcentaje menor a lo que
dona la gente. Estas empresas se acogen a la Ley de Donaciones N° 16.271, a través
de la cual pueden lograr una rebaja de hasta un 25% de sus impuestos por dicha
donación, por lo que si lo pensamos bien, la empresa no hace un esfuerzo o un
gasto de sus ganancias, si no que destinan su impuesto a otra causa para
aliviar su carga tributaria (y sus conciencias, también). Si lo
pensamos derechamente, la empresa saca su donación de lo que la gente compra
y/o lo que sus trabajadores aportan voluntariamente (esperando que realmente
sea voluntario).
Cuando la Organización Mundial de
las Naciones Unidas (ONU) cuestionó en 2016 la narrativa del programa
televisivo y la imagen entregada de los discapacitados como objetos de caridad,
no cuestionaba la solidaridad de las chilenas y chilenos: cuestionaba el por
qué tiene que hacerse una campaña para costear una rehabilitación, mientras que
el Estado de Chile tiene que hacerlo como deber jurídico. El artículo 18 de la ley
N° 20.422 establece la rehabilitación como una obligación del Estado, y que
debe velar para que se cumpla. ¿Cómo lo hace actualmente? Estableciendo un
porcentaje menor a 1% del presupuesto anual de Salud a la rehabilitación de las
personas discapacitadas. Durante todo este tiempo, se ha delegado su deber a esta y
otras instituciones a las cuáles rara vez aportan, y mucho menos corren con la
totalidad de los gastos.
La credibilidad de las entidades
gubernamentales ha estado en el suelo desde hace mucho tiempo, lo que hace
pensar que la Teletón en manos del
estado sería desorganizada, poco accesible o que incluso los fondos recaudados
podrían ser, coloquialmente hablando, robados. Pero la realidad tampoco es tan
bella como se pinta. Si bien los institutos y la labor cumplida por estos son
casi incuestionables, el manejo desde las cabezas de la fundación deja mucho
que desear. Hablamos de un directorio conformado por miembros de la elite
empresarial que encabezan o son parte de grandes conglomerados económicos que manejan
un altísimo porcentaje de la riqueza y que, en algunos casos, no son de
antecedentes muy limpios. Si no le parece argumento suficiente, veamos dos
ejemplos: Carlos Délano, el mismo que se fue preso por los fondos truchos del
caso Penta, fue Presidente de la fundación de 2010 a 2014. Jaime Mañalich, ese
mismo que tiene el país patas arriba con su gestión de salud durante la
pandemia del COVID-19, fue parte del directorio de 2018 a 2019. ¿Rematamos?
Mario Kreutzberger también es parte del directorio. Puede que sea cierto que
Kreutzberger no recibe dinero como animador o rostro de la campaña, pero como
parte del directorio de la fundación dudo mucho que esa parte la haga sólo por
pensar en la causa y como un acto de buena voluntad.
Gerardo Varela, quien fue
ministro de Educación (¿por qué, señor, por qué?) en 2018, lanzó la frase para
el bronce al sugerir que las escuelas hicieran bingos para reparar la
infraestructura dañada. Esta frase molestó porque sacó a la palestra un hecho
frecuente pero que tal vez no había tenido tanta relevancia hasta entonces:
casi siempre, la gente de Chile debe auto-solventar los gastos que desde el
punto de vista ético y legal, le corresponden al Estado costear en su rol de
ente garante de derechos. La frase de Varela trajo a nuestra mente los bingos,
completadas, platos únicos, rifas y eventos en que todos participamos para
ayudar al amigo o a la vecina que necesita pagar un medicamento, un tratamiento
médico, o simplemente acceder a una mejor vida después de una desgracia común o
personal. ¿Acaso no es la Teletón lo
mismo que esos bingos? Piénsenlo bien antes de reaccionar. ¿Quiénes otorgan el
70 o más porcentaje de los fondos? ¿De quién realmente depende que la campaña solidaria
sea un éxito? ¿Por qué siempre apelan a los ingresos de la gente que muchas
veces no tiene siquiera para comer, pero si guarda unos pesos para depositar en
la 24.500-03? O incluso más crudo ¿ha pensado en cuántos beneficiados por la
misma Teletón donan o hacen campaña para
la misma institución que les atiende?
Con esto espero que quede claro
que al criticar la Teletón, muchos no
criticamos la solidaridad de las personas en Chile: seremos solidarios ahora y
siempre. No se trata de criticar ni la labor que hacen los institutos: quienes
hemos tenido la oportunidad de visitar alguno se darán cuenta que es una labor
espectacular la que hacen los profesionales allí. Quienes conocemos de cerca a personas que se rehabilitan en los centros estamos al tanto de sus historias, de sus esfuerzos y de lo cual nos sentimos felices, porque demuestran que a pesar de las adversidades de la vida, sí se puede seguir adelante. Lo que se cuestiona es por qué el
Estado no se ha hecho responsable de algo que es un DERECHO de estas personas.
Se cuestiona el aprovechamiento que hacen los poderosos de esta causa para
sacar dividendos y/o lavar su imagen. Se cuestiona una vez más
por qué nosotros mismos tenemos que velar por nuestros pares cuando tenemos
organismos designados para ello, administrados por autoridades que nosotros
elegimos para que cumplan con su labor. No se trata de evitar que exista la
rehabilitación y la terapia. Se trata de una simple pregunta: ¿por qué, una vez
más, nosotros mismos tenemos que hacernos cargo?
¿Seguirá la gente de Chile
donando a esta noble causa? Sí, y no creo que se cuestione la solidaridad de
las personas que empatizan con sus coterráneos. Ser solidario a todo nivel es
parte de la esencia de nuestra crianza en la sociedad chilena. ¿Debe la Teletón realizar cambios? Definitivamente
sí. No puede transformarse en algo tan turbio como lo es el empresariado
nacional y justificarse ante la pantalla de “hacer una labor de amor” ¿Debemos
todos ir por un país que cree un contexto más inclusivo? Ese debería ser el
primer paso antes que pensar en cambiar muchas cosas, porque de nada sirve
hacer campaña por la Teletón si el
resto del año ni siquiera respetamos los estacionamientos para discapacitados. ¿La
solución? Que el estado pueda entregar sin distinción lo que se ha entregado
hasta ahora, sin lucrar ni manchar la labor de quienes trabajan por ello. Tal
vez así sea la forma en que la gente realmente se sensibilice y sea empática
hacia este tema. Insisto, jamás se negará la tremenda labor de los profesionales que trabajan
en la fundación, ni se cuestionará el esfuerzo de los pacientes y sus cercanos, pero no podemos cegarnos ante la realidad porque, mientras la
permanencia de Teletón dependa de
nuestros bolsillos y solidaridad, las 27 horas de amor seguirán siendo el bingo
más grande de Chile.

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