domingo, 26 de abril de 2020

Series chilenas: La calidad parte por casa

Anoche, cuando faltaban 15 minutos para la medianoche, Canal 13 estrenó Helga y Flora. A modo de resumen, Helga y Flora es una serie de misterio y suspenso inspirada en las primeras mujeres que formaron parte de la Policía Fiscal (actual PDI) a mediados de la década de 1930. Las dos detectives, Helga (Amalia Kassai) y Flora (Catalina Saavedra) son enviadas a investigar un robo en la estancia Kerren, en el medio de la isla de Tierra del Fuego, a pedido personal de su terrateniente, Raymond Gamper (Alejandro Sieveking). Será allí donde una serie de sucesos y antecedentes desencadenen algo mayor al caso por el que iban ambas detectives. Esta serie estaba anunciada desde 2018, pero por razones desconocidas, Canal 13 la tuvo guardada hasta anoche ¿Sabían de su existencia? Probablemente no.

Otro caso: en el año 2017, Canal 13 Cable estrenaba una serie llamada Una Historia Necesaria, basada en las historias y testimonios de 16 casos sobre detenidos desaparecidos durante la Dictadura. Al año siguiente, la serie recibió un Premio Emmy Internacional a Mejor Serie en formato Corto. A los ojos de miembros de la comunidad internacional, la serie fue digna de destacarse. A ojos de una amplia mayoría de las y los chilenos… no se sabe, ya que probablemente nunca la han visto o ni siquiera han escuchado de ella.

Equipo de Una Historia Necesaria recibiendo el Emmy en 2018

L
a producción dramática en la televisión chilena siempre ha sido asociada, y en obvia medida, a las teleseries. Éstas comenzaron abarcando la primera parte del prime televisivo en Chile (20 a 21 horas), siendo TVN y Canal 13 las que dominaron por décadas esta franja—la famosa “guerra de las teleseries” ¿recuerdan? Los años han ido pasando, y todos conocemos la situación actual. Pero dentro de este dominio gigante de las teleseries, también quedaba un espacio para otro tipo de producciones dramáticas: las series. Estas ocupan un lugar específico y poco valorado en la televisión chilena. Éstas se caracterizan por tocar temas de carácter más social o histórico, que usualmente involucran tramas más profundas y que se acercan más al “estándar internacional” en términos de producción. Complejas de producir, difíciles de promocionar y desfavorecidas contextualmente ante las audiencias, el camino que recorren las series desde el guion a la pantalla no es fácil, y las razones están a simple vista.

Financiar la producción de una serie no es para nada fácil. Si no es por parte de una productora privada, sea nacional o internacional, los realizadores deben recurrir a fondos públicos. De hecho, el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) entrega anualmente montos en dinero para ayudar a financiar producciones televisivas, mayoritariamente de carácter documental y dramático. Lamentablemente, esto lo hace a través de fondos concursables, es decir, los ganadores o los que más se lo merezcan desde la perspectiva de los integrantes del Consejo obtendrán los fondos para realizar sus proyectos. Por un lado, un buen incentivo de caridad; por otro, un cementerio de proyectos audiovisuales que tal vez eran magníficos, pero que nunca verán la luz. Conseguir fondos privados o internacionales está lejos de ser sencillo, ya que sueles tener dos opciones: o vendes tu proyecto (a cambio de fondos, puede que tengas que hacer aparecer alguna marca comercial cada cinco minutos) o tienes los contactos suficientes para poder conseguir financiamiento (tener a los Larraín de tu lado puede ser beneficioso).

Zamudio: Perdidos en la Noche fue emitida por TVN en 2015

Si lograste financiarla, debes conseguir el espacio donde emitirla, y obtener un horario ideal para llegar a la mayor audiencia posible. Eso tampoco es fácil ya que al tener las teleseries, los canales de TV no se muestran muy abiertos a sumar más producciones dramáticas a su programación, y si lo hacen, le dan horarios que poco motivan a la audiencia a verlas. Respecto a esto último, es cierto que en su momento, por ejemplo, TVN otorgó horario prime a algunas series como El Reemplazante, o lo que hizo Canal 13 con Los 80, pero aun así sus intentos quedaban en buenas intenciones. Por ejemplo, Los Archivos del Cardenal era transmitida durante días de semana, pero pasadas las 11 de la noche. Bichos Raros obtuvo el horario después de las noticias (22.30 aproximadamente), pero de un día sábado. Zamudio: Perdidos en la Noche corrió con una mejor “suerte” al obtener como horario los domingos a las 22 horas. Aun así no posicionan producciones de alto nivel en el lugar que merecen. Pero como en todo orden de cosas, lo que realmente vende es lo que prima, sin importar su calidad (seamos sinceros: muchas teleseries y sus tramas subestiman la inteligencia de las y los televidentes) y mientras los canales de televisión no den un espacio importante a estas producciones, es difícil que estén al alcance de la mayoría de las personas (también está claro que estas series están disponibles en Internet, pero si hay algo que esta pandemia ha dejado en claro, es lo limitado de la conectividad en este país).

La continuidad de la serie es el último paso. Si es rentable, puede acceder a una próxima temporada. De lo contrario, fuiste buena mientras duraste. Los realizadores y actores van en busca de otros proyectos y cuando las posibilidades de una nueva temporada se abren, tal vez ya es demasiado tarde. Es así como muchas series terminan convirtiéndose en miniseries debido a que no se pueden producir nuevas temporadas. Es cierto que existen excepciones (nuevamente Los 80) pero es lamentable que una serie no pueda subsistir por diversas razones, más cuando las principales son falta de financiamiento o falta de interés.

Los 80 es una de las pocas series que ha durado varias temporadas.

El mundo de las series puede ser muy amplio, y en Chile tenemos material suficiente y variado para realizarlas (con el respeto y la conciencia debida, no todas las series pueden ser relacionadas a la Dictadura.) Este formato ha puesto a los realizadores en contextos internacionales, y ha demostrado que la frase cliché “ni siquiera parece hecha en Chile” puede ir desapareciendo. Las series nos han dado actuaciones magníficas que pueden consagrar a grandes como Daniel Muñoz, Alfredo Castro, Amparo Noguera o Catalina Saavedra, así como también descubrir nuevos talentos, como lo han sido Nicolás Rojas en Zamudio, Giannina Fruttero en Ramona o Sebastián Ayala en El Reemplazante. Y estos talentos no sólo están frente a la pantalla: directores, cinematógrafos, diseñadores, compositores y guionistas que pueden superar las expectativas y mostrar que son iguales o mejores a esos “estándares internacionales” que tan erróneamente hemos puesto. 


Amalia Kassai, Alejandro Sieveking y Catalina Saavedra en Helga y Flora

Lo mostrado anoche por Helga y Flora es muestra de todo eso. La calidad del primer episodio se evidencia de principio a fin. Actuaciones impecables, fotografía maravillosa, locaciones y ambientación muy bien logradas, música original e incluso un opening que te captura de forma inmediata (nada que envidiar a HBO o Netflix). El ver una producción de tal nivel fue una experiencia satisfactoria, pero también trajo todos esos pensamientos a mi mente: La frustración de no ver el trabajo concretado, ya que es probable que Alejandro Sieveking no pudo ver el producto finalizado, y se convierte en un proyecto póstumo tanto para él como para Ernesto Gutiérrez, otro actor de la serie fallecido este año. La frustración ante el centralismo que aún está latente, ya que la serie se desarrolla y fue grabada totalmente en Magallanes. ¿A qué hora tuvieron acceso a verla las personas de esta región? Casi a la una de la madrugada. Todo esto termina siendo una pena, tal como menciona la misma Catalina Saavedra en una entrevista, pero por sobre todo, una falta de respeto hacia los realizadores, los artistas y la audiencia.

Al leer comentarios hoy, muchos ya anticipan querer una segunda temporada. También pienso en lo mencionado anteriormente de series que se vuelven miniseries por falta de fondos. ¿Es ese el futuro que le espera a Helga y Flora? Si me baso en la impresión causada por el primer episodio, espero que no sea así. Sería genial ver a las dos detectives resolviendo casos en otros lugares y otros tiempos de nuestro Chile. Si queremos que eso sea posible, hay que dar valor a la producción local, respeto a los realizadores nacionales y darse cuenta de la calidad de material que hay a lo largo de todo Chile para ser trabajado ampliamente en diferentes géneros y estilos. Este valor debe venir desde todos los estratos, desde los que financian hasta los que ven las series. El producto extranjero no es garantía de calidad, algo difícil de entender, pero seamos realistas al pensar que esa idea es algo que como sociedad debemos limitar, y pensar que en general hay algo que nos debemos a nosotros mismos y les debemos a nuestros artistas: apreciación a la propia cultura. Queda mucho por avanzar, pero por ahora dejemos en claro que Helga y Flora representa una vez más que la calidad puede partir en casa.

domingo, 5 de abril de 2020

El Bingo Más Grande de Chile


Son muchos los temas que suelen polarizar las opiniones y visiones de las chilenas y chilenos: política, historia, religión, deportes... y la Teletón. Esta última ha sido tema de debate durante los últimos años por su forma de funcionar y el cómo presenta la discapacidad a la sociedad de nuestro país. Esto se acentúa ad portas la campaña televisiva de cada año. Por razones sociales y sanitarias, la última edición de esta “cruzada solidaria” se postergó hasta los viernes y sábados recién pasados, realizándose prácticamente de forma digital por la contingencia de la pandemia, y recaudando una suma mayor a los 30 mil millones de pesos, a pesar que no hubo campaña presencial masiva ni las largas filas para ir a donar al Banco de Chile. Muchos apelaron a que por la situación del país, esta edición no debió realizarse. Otros establecen que no debería realizarse más. Es en este punto donde entra el conflicto entre detractores y aquellos que defienden la causa con dientes y garras. En realidad esto se resume a simplemente visualizar cómo debemos afrontar, en todo aspecto, la discapacidad como parte de nuestra sociedad.

Para comenzar, debemos entregar contexto. La Teletón como la conocemos actualmente se inicia en 1978, cuando Mario Kreutzberger (Don Francisco) decide imitar la iniciativa realizada por el actor y comediante estadounidense Jerry Lewis de hacer un programa televisivo maratónico para reunir fondos destinados a una fundación que beneficia a las personas discapacitadas. Es así como se crea la Fundación Teletón (reemplazando a la Sociedad Pro-Ayuda del Niño Lisiado) y siendo el inicio de una campaña que se hace anualmente a fines de cada año (salvo cuando son años de elecciones, siendo así mismo la excepción el año 2017). La fundación se financia a través de donaciones de bienes o de dinero, enfocadas principalmente en la mencionada campaña anual. De la meta o monto anual, se ha dicho que el 70% (o incluso más) corresponde a las donaciones de las personas, de la gente, del pueblo. El porcentaje restante corresponde a empresas y auspiciadores que anualmente se integran a la campaña a través de publicidad y contactos para la realización del show televisivo que se hace en cadena nacional, por 27 horas continuas y con la participación de reconocidos rostros nacionales e internacionales.

Así como se plantea, pareciera ser que no hay nada malo en ello. Pero si comenzamos a desglosar lo que hay detrás, crean que la perspectiva es muy diferente. Hay que dejar en claro que los cuestionamientos no van dirigidos ni a la causa en sí ni al trabajo realizado por los profesionales en cada uno de los catorce institutos a lo largo de Chile; tampoco a la solidaridad de las chilenas y chilenos y mucho menos a los esfuerzos de los pacientes de los institutos y sus familias. Crean que de verdad no se cuestiona el fondo. Lo que sí es cuestionable, es la forma.

El cómo se presenta a las personas con discapacidad en esta tarea es compleja de abordar. Por un lado, sabemos que no es correcto mostrar a los discapacitados como sujetos de lástima y que necesitan la caridad de los demás. Por otro lado, parte de la forma de actuar de la mayoría de las chilenas y chilenos se ve condicionada a los estímulos concretos, reales y directos. Por ejemplo, un chileno seguirá cruzando la calle por donde no hay paso peatonal hasta que alguien muera atropellado ahí mismo. Sólo en ese momento, puede que su conducta cambie. La triste verdad es que a nivel general, falta mucho que aprender y asimilar de la cultura inclusiva—algo que va de la mano con la empatía, de lo cual sí que estamos escasos hoy en día. Pensando así, tener que mostrar las historias y los progresos de los pacientes de la Teletón para tener que sensibilizar a las personas puede que funcione, y es lamentable que sea así. Aún así, esta sensibilización no se logra a largo plazo ya que para muchos la “bondad” hacia los discapacitados dura sólo los días de la Teletón, pero el resto del año, valen nada. Argumentan que muchos esperan al inicio de la campaña para “esparcir el odio y el resentimiento,” al igual como la mayoría de ellos esperan la misma instancia para ser solidarios y acordarse de que existen personas con capacidades limitadas. Un ejemplo anecdótico es el de una cuña periodística de una persona que fue a donar al Banco de Chile con su familia, y estacionó su vehículo en lugar para discapacitados frente al edificio del banco. ¿Inconsecuente, no creen?

Respecto al programa televisivo, este año quedó más que claro que tan necesario no es. De hecho, el teletón original estadounidense abandonó el programa televisivo en 2015, y la institución no quebró, sigue funcionando y sus ingresos por medios de donaciones no han descendido: sólo se han distribuido a lo largo de los meses. Es impensable esperar que una donación esté condicionada a recibir un show en retribución, aunque sabemos que, nuevamente, es una forma de sensibilizar que se desvía totalmente de la intención original de la campaña. Además, esta franja televisiva más resulta en una forma efectiva de crear publicidad de amplio alcance, y restituir la imagen de personas e instituciones que antes los ojos del público no son de consideración. Estos últimos usan la estrategia fácil de hacerse los solidarios con tal de tapar hechos complejos que hayan ocurrido con anterioridad. Ejemplos de eso pueden ser la presencia de ciertas figuras políticas (incluyendo la participación del "Honorable" en esta edición) o las declaraciones de Kreutzberger hacia las Fuerzas Armadas durante las transmisiones oficiales (el vídeo donde sale con los oficiales de verde es realmente confuso).

Y si hablamos de retribución por donación, no podemos dejar fuera a las “generosas” empresas. Cada año, empresas realizan cuantiosas donaciones que constituyen un porcentaje menor a lo que dona la gente. Estas empresas se acogen a la Ley de Donaciones N° 16.271, a través de la cual pueden lograr una rebaja de hasta un 25% de sus impuestos por dicha donación, por lo que si lo pensamos bien, la empresa no hace un esfuerzo o un gasto de sus ganancias, si no que destinan su impuesto a otra causa para aliviar su carga tributaria (y sus conciencias, también). Si lo pensamos derechamente, la empresa saca su donación de lo que la gente compra y/o lo que sus trabajadores aportan voluntariamente (esperando que realmente sea voluntario).

Cuando la Organización Mundial de las Naciones Unidas (ONU) cuestionó en 2016 la narrativa del programa televisivo y la imagen entregada de los discapacitados como objetos de caridad, no cuestionaba la solidaridad de las chilenas y chilenos: cuestionaba el por qué tiene que hacerse una campaña para costear una rehabilitación, mientras que el Estado de Chile tiene que hacerlo como deber jurídico. El artículo 18 de la ley N° 20.422 establece la rehabilitación como una obligación del Estado, y que debe velar para que se cumpla. ¿Cómo lo hace actualmente? Estableciendo un porcentaje menor a 1% del presupuesto anual de Salud a la rehabilitación de las personas discapacitadas. Durante todo este tiempo, se ha delegado su deber a esta y otras instituciones a las cuáles rara vez aportan, y mucho menos corren con la totalidad de los gastos.

La credibilidad de las entidades gubernamentales ha estado en el suelo desde hace mucho tiempo, lo que hace pensar que la Teletón en manos del estado sería desorganizada, poco accesible o que incluso los fondos recaudados podrían ser, coloquialmente hablando, robados. Pero la realidad tampoco es tan bella como se pinta. Si bien los institutos y la labor cumplida por estos son casi incuestionables, el manejo desde las cabezas de la fundación deja mucho que desear. Hablamos de un directorio conformado por miembros de la elite empresarial que encabezan o son parte de grandes conglomerados económicos que manejan un altísimo porcentaje de la riqueza y que, en algunos casos, no son de antecedentes muy limpios. Si no le parece argumento suficiente, veamos dos ejemplos: Carlos Délano, el mismo que se fue preso por los fondos truchos del caso Penta, fue Presidente de la fundación de 2010 a 2014. Jaime Mañalich, ese mismo que tiene el país patas arriba con su gestión de salud durante la pandemia del COVID-19, fue parte del directorio de 2018 a 2019. ¿Rematamos? Mario Kreutzberger también es parte del directorio. Puede que sea cierto que Kreutzberger no recibe dinero como animador o rostro de la campaña, pero como parte del directorio de la fundación dudo mucho que esa parte la haga sólo por pensar en la causa y como un acto de buena voluntad.

Gerardo Varela, quien fue ministro de Educación (¿por qué, señor, por qué?) en 2018, lanzó la frase para el bronce al sugerir que las escuelas hicieran bingos para reparar la infraestructura dañada. Esta frase molestó porque sacó a la palestra un hecho frecuente pero que tal vez no había tenido tanta relevancia hasta entonces: casi siempre, la gente de Chile debe auto-solventar los gastos que desde el punto de vista ético y legal, le corresponden al Estado costear en su rol de ente garante de derechos. La frase de Varela trajo a nuestra mente los bingos, completadas, platos únicos, rifas y eventos en que todos participamos para ayudar al amigo o a la vecina que necesita pagar un medicamento, un tratamiento médico, o simplemente acceder a una mejor vida después de una desgracia común o personal. ¿Acaso no es la Teletón lo mismo que esos bingos? Piénsenlo bien antes de reaccionar. ¿Quiénes otorgan el 70 o más porcentaje de los fondos? ¿De quién realmente depende que la campaña solidaria sea un éxito? ¿Por qué siempre apelan a los ingresos de la gente que muchas veces no tiene siquiera para comer, pero si guarda unos pesos para depositar en la 24.500-03? O incluso más crudo ¿ha pensado en cuántos beneficiados por la misma Teletón donan o hacen campaña para la misma institución que les atiende?

Con esto espero que quede claro que al criticar la Teletón, muchos no criticamos la solidaridad de las personas en Chile: seremos solidarios ahora y siempre. No se trata de criticar ni la labor que hacen los institutos: quienes hemos tenido la oportunidad de visitar alguno se darán cuenta que es una labor espectacular la que hacen los profesionales allí. Quienes conocemos de cerca a personas que se rehabilitan en los centros estamos al tanto de sus historias, de sus esfuerzos y de lo cual nos sentimos felices, porque demuestran que a pesar de las adversidades de la vida, sí se puede seguir adelante. Lo que se cuestiona es por qué el Estado no se ha hecho responsable de algo que es un DERECHO de estas personas. Se cuestiona el aprovechamiento que hacen los poderosos de esta causa para sacar dividendos y/o lavar su imagen. Se cuestiona una vez más por qué nosotros mismos tenemos que velar por nuestros pares cuando tenemos organismos designados para ello, administrados por autoridades que nosotros elegimos para que cumplan con su labor. No se trata de evitar que exista la rehabilitación y la terapia. Se trata de una simple pregunta: ¿por qué, una vez más, nosotros mismos tenemos que hacernos cargo?

¿Seguirá la gente de Chile donando a esta noble causa? Sí, y no creo que se cuestione la solidaridad de las personas que empatizan con sus coterráneos. Ser solidario a todo nivel es parte de la esencia de nuestra crianza en la sociedad chilena. ¿Debe la Teletón realizar cambios? Definitivamente sí. No puede transformarse en algo tan turbio como lo es el empresariado nacional y justificarse ante la pantalla de “hacer una labor de amor” ¿Debemos todos ir por un país que cree un contexto más inclusivo? Ese debería ser el primer paso antes que pensar en cambiar muchas cosas, porque de nada sirve hacer campaña por la Teletón si el resto del año ni siquiera respetamos los estacionamientos para discapacitados. ¿La solución? Que el estado pueda entregar sin distinción lo que se ha entregado hasta ahora, sin lucrar ni manchar la labor de quienes trabajan por ello. Tal vez así sea la forma en que la gente realmente se sensibilice y sea empática hacia este tema. Insisto, jamás se negará la tremenda labor de los profesionales que trabajan en la fundación, ni se cuestionará el esfuerzo de los pacientes y sus cercanos, pero no podemos cegarnos ante la realidad porque, mientras la permanencia de Teletón dependa de nuestros bolsillos y solidaridad, las 27 horas de amor seguirán siendo el bingo más grande de Chile.